domingo, 22 de diciembre de 2013

Lero, lero

En el mundo de las redes sociales se comparte todo tipo de información. Algunas personas son más cautas que otras pero todos los que participan activamente de estos espacios disfrutan de interactuar y compartir emociones, eventos, cambios personales, relacionales o laborales. Todo tipo de información puede ser expuesta, ya sea buena o mala; aunque por supuesto, la mayoría prefiere expresar solo las cosas positivas y mantener las malas noticias dentro de las cuatro paredes donde se encuentre. Todo esto es perfectamente natural y comprensible pero ¿hace falta postear cada salida a un lugar de moda, cada viaje a una playa paradisiaca y cada entrada al concierto de rock de turno? Algunas publicaciones parecen tener un mensaje “saca pica” implícito. Son un “lero, lero” mediático que ha reemplazado al “tú no tienes y yo sí” del recreo de primaria al mostrar el juguete nuevo. Por supuesto, esta no es la intención de las personas, por lo menos no conscientemente, pero tal vez esa es la lectura que pueden provocar en algunas personas que leen sus publicaciones. Un estudio reciente señala que un tercio de los que están en las redes sociales pueden mostrar emociones negativas como envidia, frustración y comparación constante al ver la variada actividad de sus contactos. Algo para pensar, ¿no?

Festejos de fin de año


A pocos días de acabar el año, la mayoría de personas empiezan a organizar los planes para despedir el 2013 y dar la bienvenida al nuevo año. Grandes y chicos se preparan para quemar el muñeco, ver los fuegos artificiales, compartir una cena a medianoche o hacer diversos ritos para que el 2014 traiga prosperidad y éxito en diferentes aspectos.
Cada familia tiene sus propias tradiciones para el 31 de diciembre. Algunos acostumbran hacer diferentes cábalas como dar la vuelta a la manzana corriendo con una maleta en la mano, comer lentejas, engullir doce uvas o llenarse los bolsillos de arroz. Los niños y adolescentes suelen disfrutar de estas actividades en familia pero es común que al llegar a cierta edad, deseen festejar el fin de año con amigos.
¿Qué hacer si los hijos adolescentes prefieren celebrar fuera de casa? ¿El año nuevo debe pasarse siempre en familia o es una celebración para compartir con los amigos? ¿Se debe obligar a los hijos a quedarse en casa?
Crecer es parte natural de la vida e inevitablemente, en algún momento, los hijos preferirán hacer planes con los amigos, ya sea para ir a una fiesta o esperar las 12 a su manera.
Los padres no pueden forzarlos a quedarse en casa para siempre pero tendrán que decidir cuándo será conveniente o no darles permiso para celebrar solos. Antes de los 15 años, los adolescentes aún requieren de supervisión de los adultos y es probable que los padres se sientan más tranquilos permitiendo que los hijos puedan pasar un rato con los amigos siempre y cuando permanezcan cerca de casa y vuelvan temprano. Para los que viven en barrios o condominios que cuentan con seguridad, dejarlos salir al parque o zona común es una buena opción. Las familias que veranean en alguna playa tranquila, en la que todos se conocen, pueden también darles más libertad a sus hijos sin temor.
No obstante, cuando el balneario es concurrido, hay personas desconocidas y varios locales que venden licor sin control, es conveniente estar atentos, especialmente con los chicos entre 15 y 18 años.

Los adolescentes están apresurados por crecer y generalmente se sienten preparados para vivir experiencias nuevas, comportarse como adultos, aunque aún no tienen la sensatez y el juicio necesario. El papel de los padres será guiarlos y darles libertad e independencia en la medida que demuestren madurez.  

Dar y recibir regalos

Dar y recibir regalos es parte importante de las interacciones humanas. La costumbre de dar obsequios se puede encontrar en todas las culturas desde la antigüedad. Si bien el tipo de regalos y la manera de entregarlos pueden variar de sociedad en sociedad, el acto de regalar permite, en todos los casos, estrechar lazos afectivos y mostrar consideración e interés por otra persona.
Obsequiar algo es una convención que se manifiesta en diferentes situaciones, es parte de los ritos de la sociedad. Se da un regalo cuando es el cumpleaños de una persona, cuando se casa, se gradúa u otras celebraciones que formar parte de la cultura en la que se vive. Es una manera de saludar y manifestar nuestra presencia. No por casualidad se dice “dar un presente” en otros idiomas.
La navidad también es una fecha en la que se suele dar regalos a otras personas, familiares y amigos especialmente. Esta tradición se remonta a siglos atrás y probablemente se ha ido modificando hasta llegar a nuestros días. En navidad cada persona da regalos y recibe otros de sus seres queridos. Este intercambio, sin embargo, es más importante de lo que se piensa.
Brindar algo significativo a otra persona implica no solo desprendimiento sino también el deseo de hacer feliz a alguien, brindarle bienestar, comodidad y afecto. Es un detalle, un símbolo que implica mostrarle que lo valoramos.
Por otro lado, recibir un obsequio permite a las personas tener la posibilidad de experimentar la gratitud y demostrarla, además de sentirse halagadas y queridas. El hecho de recibir un regalo, de cualquier tamaño o valor es, en términos generales, una muestra de que la otra persona se ha tomado el tiempo de pensar en uno y en lo que podría gustarnos.
Lamentablemente, cuando los regalos se vuelven una obligación y las personas se sienten presionadas a comprar alguna cosa por compromiso, los regalos se convierten en detalles impersonales, dejan de tener significado y son un mera transacción para salir del paso. Esto puede ocurrir en estas fechas en las que la presión ejercida por los medios de comunicación masiva y el estilo de vida consumista lleva a todas las personas a una voracidad por comprar y tenerlo todo.

Los niños son especialmente vulnerables a este bombardeo comercial. Por ello, es importante trasmitirles la esencia de regalar y el significado de los obsequios. Se debe enseñarles a apreciar los regalos que reciben, sean muchos o pocos. No es necesario ni conveniente darles objetos materiales en exceso. Se aprende a valorar más lo que se posee cuando se tiene menos.

La otra cara de las fiestas navideñas

La navidad y el año nuevo son la época de la alegría, la unión y las celebraciones en familia. Cada año, los adornos navideños cubren la ciudad, los villancicos se escuchan en cada tienda comercial y los intercambios de regalos se organizan en las oficinas.
Todas las propagandas, películas y escaparates recuerdan las fiestas y es imposible escapar a la vorágine que se desencadena. El fin de año trae más movimiento en la casa, el trabajo y las calles. Se deben terminar informes pendientes o presentar trabajos finales de curso, asistir a innumerables compromisos (desayunos navideños, almuerzos de la oficina, lonches del grupo de amigos, etc.) y además darse el tiempo suficiente para comprar los regalos en medio del tráfico caótico de diciembre.
¿Es posible lidiar con todo esto sin perder la alegría y el espíritu festivo? Para algunas personas las fiestas navideñas se convierten en un mandato. Es casi una exigencia tener una navidad perfecta y un año nuevo espectacular. Es una fecha que están obligados a celebrar pero que no pueden disfrutar completamente por los altos niveles de estrés y la tensión concomitante.
Por ello no es extraño que algunas personas se sientan abrumadas y presenten síntomas de ansiedad. La falta de dinero, los problemas en el trabajo o con la pareja pueden causar desilusión. Unido a ello, el inevitable balance personal del año y las expectativas no cumplidas pueden llevar a las personas a sentirse frustradas y sumirlas en emociones nada alegres.
Estar lejos de la familia, una separación, problemas con parientes o haber perdido a un ser querido durante el año, provocan que invadan sentimientos de soledad y sumerjan a las personas en la tristeza.
En este sentido, es posible que se presenten cuadros de depresión estacional en esta época. Es importante buscar apoyo de las personas más cercanas, ya sean familiares o amigos. El soporte emocional que se reciba será fundamental para amortiguar los sentimientos de tristeza y desencanto. Además, es recomendable organizar las actividades para no sobrecargarse, destinar un tiempo a hacer ejercicios y darse el espacio para buscar momentos de relajación, aunque ello implique perderse algunos eventos. No es saludable exigirse más allá de sus posibilidades. Recuerde que más importante que alcanzar todos los objetivos y tener una navidad de película es sentirse tranquilo y disfrutar de estas fechas con apacibilidad y bienestar.

miércoles, 4 de diciembre de 2013

Desarrollo de la empatía

El desarrollo de la empatía es un logro básico en las personas, ya que permite establecer relaciones interpersonales profundas y satisfactorias con los demás. Esta habilidad se forma paulatinamente en el vínculo con los padres desde el nacimiento. La respuesta afectiva al bebé y la capacidad de la madre para percibir las necesidades del niño y satisfacerlas adecuadamente son indispensables para que la estructuración mental sea apropiada. La empatía se ha descrito como el pegamento en la construcción del sí mismo. Sin esta, la estructura psíquica es endeble. Goleman señala que la capacidad de percibir los estados emocionales propios y de los demás es uno de los factores necesarios para la inteligencia emocional. Comprender los sentimientos de otros y actuar de acuerdo a ellos permite acciones altruistas, de cooperación y solidaridad. Estudios realizados con niños y adolescentes relacionan puntuaciones altas en empatía con varias conductas sociales positivas (prosociales, asertivas, autocontrol, liderazgo) y menos conductas sociales negativas (agresivas, pasivas, retraimiento y antisociales). Los niños aprenden a ser empáticos si lo son con ellos, la contención emocional cuando se sienten tristes, adoloridos o frustrados es fundamental y debe ser una constante en el vínculo, así como ayudarlos a expresar sus emociones y a entender lo que sus actos provocan en los demás. 

Juego patológico

Los juegos de azar han existido desde la antigüedad y, probablemente, en todas las épocas hubo personas que apostaron compulsivamente. No obstante, el juego patológico o ludopatía se reconoce como trastorno recién en 1980 en la tercera edición del Manual de Diagnóstico Psiquiátrico de la Asociación Psiquiátrica Americana (APA).
La ludopatía se define como un trastorno de control de impulsos. La persona no resiste la tentación de jugar. Esta conducta es reiterativa y va en aumento a pesar de las pérdidas económicas hasta afectar de manera significativa el funcionamiento en todos los aspectos: personal, familiar, económico, laboral y social.
La búsqueda de ayuda se retrasa pues la persona cree que tiene el control sobre el juego cuando realmente es esclavo del mismo. Este pasa de ser ocasional a convertirse en el eje de la vida de la persona. El jugador patológico atraviesa diferentes fases: ganancia, pérdida, desesperación y desesperanza. Las apuestas aumentan, se endeudan cada vez más y a pesar de las pérdidas, no pueden dejar de jugar.
En ese sentido, los síntomas del juego patológico son similares a los definidos para el abuso de drogas, la persona no puede refrenar la conducta y sufre de síndrome de abstinencia cuando no juega, por eso la ludopatía es considerada una adicción sin sustancia, ya que hay una dependencia hacia una actividad y no a una droga. El juego también provee fascinación y placer momentáneo pero luego se cae en un estado de angustia que lleva a volver a jugar y hundirse cada vez más.  El juego compulsivo como cualquier otra adicción pone en riesgo a la persona porque trae diversas dificultades en su vida.
Si bien no se describe un perfil de personalidad específico entre los jugadores patológicos se han descrito algunas patologías psiquiátricas asociadas a este problema como cuadros de depresión, ansiedad y abuso de sustancias. Es común que la persona busque ayuda por estos problemas y no mencione su hábito de jugar. También pueden aparecer o agravarse síntomas depresivos o de ansiedad como consecuencia del progreso de la ludopatía junto con otros problemas como quiebra financiera, divorcio, perdida del trabajo e incluso intento de suicidio.

El tratamiento consiste en lograr la abstinencia de la conducta de juego y la aceptación del problema es el primer paso para la recuperación. El uso de fármacos y psicoterapia es recomendable para brindar apoyo al paciente y evitar las recaídas.